A través de
la historia, y de manera frecuente, el destino de un país y su corona han
quedado a merced de los caprichosos designios de un ‘niño rey’.
Recordemos que algunos monarcas fueron coronados cuando en realidad su edad
solo les permitía estar lactando o a lo mucho jugando. Por eso a lo largo de la
historia de España se han producido muchas Regencias. Ser nombrado monarca a
tan tierna edad, en la mayoría de los casos, afectaba a la personalidad del
infante. Iniciaré mi serie ‘niños rey’ con esta peculiar
historia del que fuera rey de España.
Carlos II nació el 6 de noviembre de 1661 en
el antiguo Alcázar de Madrid, fruto de la unión entre Felipe IV y Mariana
de Austria. Fue el último rey de España perteneciente a la dinastía
de los Austrias.
Nació con
una serie de malformaciones y taras: tenía costras en la cabeza, que a su vez
era demasiado abultada para su corta edad; padecía de heridas y flemones en la
boca; supuraciones y llagas en la zona del cuello y un color verdoso que
denotaba una salud débil.
Desde sus
primeros años de vida dio muestras de debilidad, escasa inteligencia y
abundantes problemas de salud, como la impotencia. Que lo convertían en una
persona completamente incapaz para el gobierno.
El rey
ordenó que cuando fuese necesario mostrarle en público, por orden de protocolo,
se le arropara con telas, sedas y encajes de alta calidad. Hasta tal punto, que
si se le veía la cara fuese lo menos posible.
Mª Engracia
de Toledo fue aya del
príncipe, junto con veinticuatro nodrizas encargadas de cuidarlo y amamantarlo.
Las cuales prolongaron su periodo de lactancia hasta los cuatro años. A lo
largo de ese tiempo demostró una salud endeble: no sabía hablar, sufría
frecuentes catarros y diarreas, no progresaba a pesar de los múltiples cuidados
ni de la medicina aplicada. Otro grave problema era su escasa musculatura que
no le permitía sostenerse en pie. Fruto de un posible raquitismo carencial por
la falta de vitamina D. Agravado ya que apenas paseaba al aire libre, por temor
a los enfriamientos. Durante esos cuatro intensos años no hizo otra cosa que no
fuese gatear, solo se mantenía recostado sobre almohadones.
Como
patología infecciosa diremos que además de los procedimientos bronquiales, a
los seis años padeció sarampión y varicela; a los diez, rubeola y a los once,
viruela. Además de ataques epilépticos hasta los quince, y que volvería a
repetirse al final de su vida. Achacados al trauma infantil de haber visto la
momia de su padre. Carlos II se caracterizó por su falta de higiene personal,
posible motivo de enfermedades e infecciones.
Sin duda lo
más preocupante era su escaso desarrollo intelectual.
La debilidad
mental de Carlos II le impidió comenzar a hablar de forma correcta hasta los
diez años. Además nunca aprendió a leer o escribir correctamente. Teniendo en
cuenta las intentonas que se hicieron al respecto, su madre optó por
sobreprotegerlo. Mimándolo hasta el punto de no obligarle ni exigirle nada. Una
de las pocas obligaciones impuestas, era la lectura durante una hora diaria.
Incapaz de aprenderse sus propios reinos, a duras penas memorizó alguna de las
oraciones impuestas por su devota madre. Sin embargo destacó en la caza, una de
sus grandes aficiones.
Una vez
alcanzada la mayoría de edad, a los catorce años, Mariana de Austria consiguió
que las Cortes mantuvieran su regencia dos años más. El retraso físico y
psíquico de su hijo obligó a tomar esta decisión. Como si fuese consciente de
su escasa capacidad intelectual y su precaria salud, mostraba poco interés en
regir aquel vastísimo imperio. Carlos II fue proclamado rey en el año 1675
mermado física y mentalmente para el gobierno.
El rey
padecía de esterilidad, condición provocada por una enfermedad genital, ya que
solo tenía un testículo y era atrófico. Mª Luisa de Orleans, su primera esposa,
afirmaba que el rey padecía de eyaculación precoz por lo que nunca pudo
consumar sus relaciones sexuales. Después de un año de matrimonio, seguía
siendo virgen. Durante los casi diez años que duro su enlace, la salud de su
esposo fue deficiente. La pobre Mª Luisa, padeció de cólicos y problemas
intestinales constantes, a causa de las pócimas y alimentos fríos que se vio
obligada a tomar para concebir hijos. Pues los médicos del rey no estaban
dispuestos a poner en duda la virilidad del monarca.
El
fallecimiento de su primera esposa le sumió en una profunda depresión que
empeoró su estado de salud. Tanto, que a los treinta parecía un anciano de
ochenta, con las rodillas y tobillos inflamados, prácticamente sin pelo
(obligado a usar peluca), color amarillento, parpados enrojecidos y la
mandíbula cada vez más acentuada. La idea de estar ‘endemoniado’ le
torturaba hasta el punto de padecer alucinaciones. Convirtiendo su vida en un
verdadero tormento.
En segundas
nupcias casó con la princesa Mariana de Neoburgo, cuyo único merito era que sus
padres habían tenido veintitrés hijos. A pesar de su valioso antecedente
genético, no hubo manera de que llegase la deseada descendencia. Tampoco
culminaron sus relaciones, ya que además de padecer eyaculación precoz era
incapaz de engendrar.
Pasó de la
juventud a la senectud sin detenerse en la madurez.
En sus
últimos días continuaba extenuado, respirando fatigosamente. Tras dos días en
coma, precedidos de una fiebre muy alta, murió el 1 de Noviembre de 1700. Su
autopsia reveló la presencia de un corazón muy pequeño, los pulmones corroídos,
los intestinos putrefactos y gangrenosos y la cabeza llena de agua.
Enseguida se
hizo público el estamento en el que nombraba sucesor al Duque de Anjou, el
futuro Felipe V, pero eso será otra historia…
No hay comentarios:
Publicar un comentario