Durante 28 años el muro de Berlín, levantado por los soviéticos fue el
símbolo más claro del enfrentamiento entre el bloque socialista y el bloque
capitalista. Pero el 9 de noviembre de 1989 comenzaría su anhelado desplome.
El muro de Berlín,
bautizado oficialmente como “Muro de Protección Antifascista” por la República
socialista Democrática Alemana o RDA, fue erigido el 13 de agosto de 1961 por
el bloque soviético presuntamente para proteger a su población de supuestos elementos
fascistas que pudieran conspirar para evitar la voluntad popular de construir
un estado socialista en Alemania del Este.Pero la verdadera razón
fue otra. Hasta ese día, casi tres millones de alemanes del Este habían
abandonado el Estado comunista para refugiarse en la República Federal Alemana,
una huida masiva que resultaba verdaderamente insoportable para los comunistas,
ya que afectaba gravemente a las estructuras social y económica de la RDA por
un doble motivo: por la sangría demográfica que suponía y porque, en general,
quienes abandonaban el país eran los profesionales más cualificados. El muro, uno de los
símbolos más patentes de la denominada “Guerra Fría”, el conflicto no declarado
entre Estados Unidos y la Unión Soviética que dividió política y económica en
dos grandes bloques al mundo entero, se extendió a lo largo de 45 kilómetros,
dividiendo a la ciudad de Berlín en dos partes, además de 115 kilómetros que
separaban a la parte occidental de la ciudad del territorio de la RDA. Su pared
medía más de cinco metros de altura y estaba coronada por un tubo de 40
centímetros de diámetro que impedía aún más la posibilidad de atravesarla.
Aparte de ello, existía la llamada “franja de la muerte” o tierra de nadie, un
área de aproximadamente dos metros de anchura, limitada por una verja de dos
metros de altura que, en algunos tramos, estaba minada y electrificada y se
encontraba permanentemente vigilada por soldados armados y perros adiestrados.
En la práctica el muro,
que comenzó a ser llamado “el muro de la vergüenza” por los propios alemanes,
dividió a Alemania en dos partes, separando a la RDA de la República Federal
Alemana, obligando a los alemanes que quedaron en la Alemania del Este a vivir
bajo un férreo y opresor sistema socialista, impidiéndoles de paso que pudieran
transitar libremente hacia Occidente.Por supuesto, desde el
momento mismo de su ominosa inauguración, muchos alemanes que querían buscar la
libertad en el “otro lado” intentaron sortear el muro y cruzar a la Alemania
Occidental, eludiendo la dura vigilancia de los guardias fronterizos de la RDA.
Y no fueron pocos los que murieron en el intento. El número exacto de víctimas
todavía no está del todo claro, pero la Fiscalía de Berlín considera que el
saldo total fue de 270 personas, incluyendo 33 alemanes que fallecieron como
consecuencia de la detonación de minas. Estas muertes, al cabo, sólo
endurecieron la radical prohibición de cruzar el muro impuesta a los oprimidos
alemanes orientales.
Se desploma el “muro de la vergüenza”
Después de 28 años, las políticas reformistas impulsadas desde mediados de la década de 1980 en la Unión Soviética por el líder soviético Mijail Gorbachov se tradujeron en la decisión de abrir poco a poco las fronteras de la República Democrática Alemana. El 9 de noviembre de 1989, finalmente, y después de una breve conferencia de prensa realizada por el jefe de prensa del Partido Comunista oriental, se anunció, visado mediante, la libertad para viajar hacia la otra Alemania o a cualquier parte del mundo, elecciones libres y la configuración de un Nuevo Gobierno. Ello pareció anunciar por fin el desmoronamiento de la aterradora estructura de hierro, cemento y alambre que por casi tres décadas aisló brutalmente a todo un pueblo.
Los alemanes del este
reaccionaron de inmediato. Miles de berlineses, tanto del lado oriental como
occidental, se aglomeraron frente al muro y sus barreras fronterizas tomando
parte ese mismo día en una de las acciones político-sociales más relevantes del
siglo XX: la caída del muro de Berlín.
Muchos jóvenes, con
martillos e improvisadas picas en las manos, compartieron desde arriba del muro
la alegría de derribarlo trozo a trozo, muy cerca de la imponente puerta de
Brandenburgo. Desde lejos los sombríos policías de la ex RDA observaban
recelosos, pero por el otro lado los improvisados anfitriones occidentales se
fundieron en un emocionado abrazo con sus visitantes.
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