La mayor transformación social que se ha producido en
los últimos siglos ha sido producto de la Revolución Industrial ¿Sabes
qué es lo que ocurrió realmente durante esta época y qué consecuencias
tuvo a nivel mundial? Una revolución que muchos comparan con la tecnológica
que se vive actualmente, aunque para comprenderla mejor nada como ir atrás en
el tiempo y explicaros cómo se gestó, como se desarrolló y
sobre todo qué consecuencias trajo a la vida de la humanidad. A continuación,
en Sobre Historia, todo sobre la Revolución Industrial.
Sin duda, el elemento clave o que dio origen a esta revolución fue
la gran patente de James Watt que propulsó un cambio profundo
que dio alas a lo que posteriormente sería llamada como Revolución
Industrial. Se trataba de la máquina de vapor, que se
aplicó a la locomotora y de ahí se pasó a un avance tecnológico sin
precedentes.
Por otro lado, una sociedad más liberal
fomentó el que se introdujeran nuevos elementos que contribuyeran al
avance industrial. Se necesitaba más carbón, se generaba más energía, y
se buscaba aumentar la productividad de los recursos propios. La mente
se había abierto a la economía y la eficiencia.
A ello contribuyó también la política
expansionista de determinados países que hizo que el capitalismo se expandiera
por el mundo. Adam Smith, con su “Riqueza de las naciones” fue el
pionero de este librecambismo, bajo la idea de que esa libertad influiría en el
desarrollo de una nación, pero también influyó el país en el que se originó.
Es por ello que queremos deciros que antes de que
veamos con detalle todas las etapas de la revolución industrial, cabe añadir
que es realmente importante que esta arrancara o se produjera en Gran
Bretaña. Pocos libros de historia explican esto, pero lo cierto es la
revolución industrial fue posible debido a la existencia de una
monarquía liberal y no absolutista, que consiguió evitar el
panorama de revoluciones que en aquella época se extendían en otros
países. Gran Bretaña estaba libre de guerras, y aunque estuvo involucrada en
algunas, no se desarrollaron en su territorio de modo que pudieron ser el
escenario en el que se gestó una revolución que tenía que ver con la industria
y no con la guerra. A esto se unió una moneda estable y un sistema
bancario bien organizado. El Banco de Inglaterra se fundó en 1694.
La primera gran etapa de la Revolución
Industrial fue la que se desarrolló entre los años 1760 y
1870. Fue un periodo marcado por los continuos inventos. En el año
1800, Volta inventaría la pila eléctrica. Stephenson inventó
la primera locomotora de vapor en el año 1814. En 1825 se inauguró la primera
línea de pasajeros.
En 1834 fue Richard Roberts el que
ideó el telar y la máquina de hilar. En 1837, Morse inventa el
telégrafo y se da el primer gran impulso a las comunicaciones. En 1863 se
inaugura el primer sistema de metro del mundo en Londres. En 1868
se lanza el primer ferrocarril transcontinental…
Pero al mismo tiempo, la sociedad comienza a sufrir profundas
transformaciones marcadas por hechos que conducían a la implantación de unas
ideas mucho más modernas y liberales. La Revolución
Francesa fue fundamental para que
esas ideas se propagaran por Europa.
Pero también la victoria de los ingleses en la Batalla de
Trafalgar sirvió en cierto modo para fomentar el auge de
la Revolución Industrial. Lo que a simple vista parecería una
catástrofe para franceses y españoles, hizo que Gran Bretaña, la
gran propulsora de la Revolución, se hiciera con el dominio del mar en el Mediterráneo.
Se abrieron así las vías para un comercio global y al mismo tiempo los canales
necesarios como para que las ideas librecambistas que tanto se defendían en
Inglaterra llegaran aún más lejos.
Poco a poco, la semilla de una sociedad más
avanzada basada en la tecnología iba floreciendo. En aquella primera
etapa de la Revolución Industrial, la luz eléctrica, el gas y el
transporte público (tres elementos básicos de cualquier sociedad hoy
en día) habían venido al mundo. Se había pasado de ciudades
alumbradas por petróleo y donde el único medio de transporte eran los carros de
caballos, a viajar en máquinas de vapor y a tener alumbrado eléctrico.
Nos acercábamos al siglo XX con la ilusión de
nuevos descubrimientos; con una febril actividad industrial y con una
sociedad que se estaba acomodando a las ventajas que suponía gozar de unos
avances tecnológicos que laboral y socialmente ofrecían una mayor libertad,
confort y ocio. El optimismo creciente retroalimentaba la maquinaria de
la Revolución Industrial.
Pensemos además que los cambios se producen en todas
las estructuras de la sociedad que queda marcada por esos avances
tecnológicos que antes os hemos mencionado, y a los que tenemos que
sumar los cambios socioeconómicos y culturales.
Cambios tecnológicos como los que ya he
dicho, con la industria del carbón en marcha y la máquina de vapor se mezclaron
con cambios culturales que se plasmarán en un impresionante aumento de los
conocimientos en todas las ramas, tanto científicas como técnicas y
sanitarias. Los cambios sociales más notables derivan del crecimiento
de las ciudades y el consiguiente éxodo en zonas rurales. Al mismo tiempo
se produce un fuerte aumento demográfico, a consecuencia de la elevada
natalidad y el descenso de la mortalidad catastrófica, dado
que se produjeron también avances sanitarios, como las vacunas, y a una mejor
alimentación de la población. Esto provocará que la población europea se
multiplique en pocos años tanto por nuevos nacimientos como porque se alarga
(aunque sea un poco) la esperanza de vida.
La sociedad comienza a desarrollar en este
primer periodo una clase burguesa, pero a
la vez el éxodo de población rural hacia las ciudades (la revolución agrícola
disminuyó las necesidades de mano de obra en el campo) provoca el que
aparezca una nueva clase trabajadora que se agrupa en suburbios
cercanos a las fábricas, a partir de los barracones en los que viven los
obreros. Es la clase trabajadora que tanto se desarrolló con los años y que en
su origen se caracterizó por vivir de manera austera. En las fábricas
tenían humedad, poca ventilación, ninguna seguridad laboral y jornadas que
perfectamente superaban las doce horas diarias, trabajando siete días a la
semana. En los suburbios superpoblados y sucios eran víctimas
de epidemias de fácil propagación. La cantidad de personas afectadas por estas
condiciones les lleva a organizarse para la defensa de sus intereses y aparecen
los primeros movimientos obreros de protesta que desembocaron
más adelante en el origen de lo que conocemos hoy en día como sindicatos.
Comenzó en 1870 aproximadamente. Y
quizás fuera el invento de la dinamo la que diera un nuevo empujón a la carrera
por la modernización tecnológica. La obtención de fuerza
hidroeléctrica gracias a estas dinamos permitieron transformarla en
luz, y, por ende, en energía para los nuevos transportes que iban surgiendo.
La era de los transportes daba un nuevo salto
adelante, y, por otro lado, la sociedad se veía recompensada con un nuevo
elemento desconocido hasta entonces: el alumbrado. Las horas de
oscuridad, de candiles y cera, quedaban atrás. Cuando en 1879, Thomas
Edison presentó la lámpara incandescente la sociedad ya se había
preparado para los grandes avances que, uno tras otro, iban a llegar en
aquellos años de finales del XIX y principios del siglo XX.
Aquel desarrollo industrial se centró en Europa,
donde el Reino Unido era la gran dominante; la potencia mundial cuyos
tentáculos se adentraban en todos los continentes. Ellos fueron el perfecto
ejemplo del significado de la Revolución Industrial.
En primer lugar, porque crearon una industria
textil con la que acumularon capital suficiente como para continuar
con los estudios e innovaciones tecnológicas, y, en segundo lugar, porque su
vasto imperio colonial otorgaba el material económico y en materias primas como
para afrontar con garantías la llegada de esta segunda fase en la que la
siderurgia y el ferrocarril serían los elementos principales.
Sin embargo, aquella Revolución Industrial también
tuvo sus puntos negros, que en este caso se reflejaban en la
cada vez mayor explotación laboral. Jornadas de quince horas y el nacimiento de
lo que Karl Marx definió como alineamiento de los
trabajadores.
El éxito de la Revolución Industrial estuvo
sustentado desde muchos puntos de la economía y la cultura, pues si la sociedad
supo acoplarse y recibir con expectación todos aquellos avances y desde el
punto de vista económico se estaba en una época de bonanza, también la apertura
de nuevas rutas comerciales favoreció el engrandecimiento de todas
aquellas naciones que se alineaban a ese nuevo progreso. En ello fue
importantísimo también la apertura del Canal de Suez, en Egipto,
en 1869, que permitió un comercio más fluido entre Europa y Asia.
Además, las redes ferroviarias iban en aumento, y se
comenzó una carrera loca por conseguir conectar, por un lado, las dos costas
de Estados Unidos, y por el otro lado, los principales puntos
comerciales de Europa. Por último, la presentación en sociedad de
las primeras líneas telefónicas de larga distancia permitió conectar en el
instante a distintos puntos del mundo agilizando de este modo el comercio.
El ritmo de aquellos años parecía por momentos
frenético. Era una carrera contrarreloj por ser los primeros en la que Inglaterra,
Estados Unidos y Francia habían adquirido ventaja.
Pero aquel imperialismo; aquella supremacía, no hizo sino crear más tensiones
entre determinados países. Alemania e Italia se
veían relegados y pronto surgieron los conflictos políticos… estábamos
ante las puertas de la Primera
Guerra Mundial.
En las líneas anteriores se ha mencionado brevemente
que este proceso también tuvo sus puntos negros, resaltando especialmente el
caso de la explotación laboral. Sin embargo, la Revolución Industrial cambió de
manera radical la sociedad de la época y modificó totalmente las formas de vida
de la mayoría de la población en muchos aspectos, siendo totalmente imposible
explicar el devenir de la sociedad actual sin tener en cuenta los procesos
derivados del avance de la Revolución Industrial.
En primer lugar, el aumento de las fábricas y
su necesidad de disponer de mano de obra supuso que miles de
personas dejaran las actividades que habían llevado a cabo durante generaciones
en los cambios y fueran a la ciudad en busca de una vida mejor. Antes de la
llegada de la Revolución Industrial, generalmente la producción manufacturera
estaba a cargo de los gremios, asociaciones cerradas que ejercían un férreo
control sobre los productos y las personas que los producían, haciendo
imposible una producción libre en la que cualquier persona que así lo deseara
pudiera participar. Además de los gremios, en territorios donde el comercio era
muy importante, como Inglaterra u Holanda, se había popularizado un sistema por
el cual un empresario daba materias primas a algunas familias campesinas por un
dinero para que realizaran una parte del trabajo de producción y luego se
llevaba el producto para terminarlo de fabricar en otro lugar. Este proceso,
bastante extendido en el ámbito de la producción de tejidos, no dejó de ser una
actividad residual y eventual en los años previos a la Revolución Industrial,
por lo que la mayoría de la población subsistía trabajando en la agricultura
o la ganadería, actividades que apenas daban para sobrevivir.
La proliferación de las fábricas dio a muchas personas
la posibilidad de optar por una nueva ocupación que, aunque enormemente dura,
podía proporcionarles un jornal fijo con el que mantenerse, algo que las
actividades agrícolas y ganaderas, siendo también enormemente duras, no estaba
en condiciones de asegurarles, sobre todo en épocas de hambrunas o cuando los
problemas meteorológicos hacían mella en la cosecha.
Por lo tanto, la Revolución Industrial supuso el
primer gran éxodo masivo del campo a la ciudad. Las principales
urbes que se beneficiaron de la Revolución Industrial multiplicaron su
población en muy poco tiempo, algo para lo que no estaban preparadas, por lo
que las condiciones de vida de los trabajadores que llegaban a ella eran
enormemente pobres. El hacinamiento, salubridad y limpieza se hicieron
constantes y, como ya se ha indicado anteriormente, las enfermedades y
los problemas de todo tipo hicieron rápida mella en una población desnutrida
que trabajaba hasta la extenuación. Pero, además de lo ya mencionado, también
hay que remarcar que las ciudades y los gobiernos también se tuvieron que
adaptar a este crecimiento desmedido y fue entonces cuando se empezaron a
popularizar los sistemas de limpieza públicos y se instauraron
normativas relacionadas con la salud pública y la construcción que fueron las
bases de las legislaciones modernas para esos ámbitos, aspectos en los que
anteriormente no se había reparado al no ser necesarios.
Además, la industrialización también mejoró la vida de
la sociedad en general. La mejora de las carreteras y la popularización
de medios de transporte cada vez más rápidos y efectivos también
permitió que llegasen a la ciudad más alimentos en menos tiempo, lo que mejoró
ostensiblemente la calidad de vida de las personas que vivían allí. Por otro
lado, la disminución en los costes de producción permitió el acceso de mucha
más gente a productos que anteriormente solo se podían permitir los más ricos,
entre ellos productos de primera necesidad como la ropa o el calzado. Además,
el avance de la industria del papel llevó también a la popularización
de la prensa escrita y a la aparición de libros más pequeños a precios
reducidos que podían ser adquiridos por la inmensa mayoría de la población.
Por último, la Revolución Industrial, a través de
todas las mejoras que hemos mencionado y muchas más que trajo consigo, también
hizo aumentar la esperanza de vida de la población en general
y, pese a las truculentas condiciones de vida a las que tuvieron que enfrentarse
los primeros trabajadores de esas fábricas, la calidad de vida mejoró
enormemente con el paso del tiempo gracias a los avances industriales y a las
medidas de protección y salubridad que se fueron imponiendo con el paso del
tiempo.
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